Miquel Ramos / Público

Decenas de vecinos se concentran ante las puertas de una parroquia en Badalona para impedir que se acoja a varios migrantes que no tienen donde pasar la noche resguardados del frío y la lluvia. Trabajadores de la Cruz Roja empezaron a llevar sábanas y colchones al templo, que iba a acoger tan solo a quince personas, pero no fue posible. Se corrió la voz entre los vecinos, y allí se presentaron algunos de ellos a increpar a los desahuciados y a quienes les daban cobijo.   

Es una de las consecuencias de la campaña que el alcalde de la localidad, Xavier García-Albiol, lleva años haciendo contra las personas migrantes. Y se materializa, como todo discurso de odio, en un estallido racista. Una imagen que retrata cruelmente el presente, la ignominia a la que nos someten estos nuevos tiempos en los que la maldad no produce vergüenza sino rédito político.  

El desalojo de un edificio okupado por personas migrantes en Badalona la pasada semana, sin alternativas para los desahuciados, fue una demostración, un test para calibrar lo tolerable y las consecuencias de traspasar, una vez más, las líneas de la decencia y de la humanidad. No se pretendía solucionar un problema, sino aprovecharlo. Hay que entender que para Xavier García-Albiol, como para el resto de gestores que no tienen escrúpulos, la situación y el conflicto es una oportunidad. Gran parte de su campaña se ha basado en eso, en el miedo, en señalar a las personas migrantes como el principal problema para la seguridad de su ciudad y la incapacidad de los servicios públicos para atenderlos. La precariedad que les empuja a sobrevivir entre ruinas no es el problema. Ni la falta de inversión en servicios. Y aquí yace la habilidad del populista racista para hacer creer que el problema son quienes sufren las consecuencias de un sistema injusto y una gestión política excluyente.

Albiol sabía que esas cuatrocientas personas desalojadas no desaparecerían. Estos días llueve, hace frío y la Navidad está a la vuelta de la esquina. Intentaron instalarse bajo un puente, con precarias tiendas de campaña, sin baños, sin posibilidad de cocinar nada en la calle. Algunos vecinos se acercan a darles comida y agua, e incluso hay quien ofrece su casa a algunos de ellos. La única presencia que hace la administración es mediante los cuerpos policiales. El mensaje institucional es claro. No los quieren. Y aquí no está solo Albiol. El Govern de la Generalitat, en manos de Salvador Illa, y el del Estado, en manos del PSOE, es cómplice de esta situación. Nadie hace nada. Tan solo un puñado de vecinos trata de ayudarlos. Los desahuciados están en tierra de nadie. 

El mismo fin de semana, las elecciones en Extremadura se convierten en una nueva inyección de energía para la ultraderecha. Vox dobla escaños y el PP, que pretendía reforzarse con este adelanto electoral, queda todavía más sometido a los ultras que antes. El reciente escándalo por el supuesto mangoneo de Revuelta con el dinero recaudado para la DANA, ha pasado sin pena ni gloria. Los han votado todavía más. El PSOE salpicado por varios casos de corrupción, y el PP tratando de esbozar un perfil feroz que Feijóo no logra, y que le arrebata constantemente Vox. Albiol es otro tema, pues ya lidió con la sombra de la ultraderecha quince años atrás, cuando Josep Anglada amenazaba con conquistar varias plazas con su Plataforma per Catalunya (PxC), el primer experimento exitoso del populismo racista en España. Ahí, Albiol se la jugó copiando el discurso, pero le salió bien. Ahora, fuera de Badalona, al PP le va a costar recuperar a los votantes que se fueron a Vox, más todavía si lo pretende conseguir imitándole, pues así tan solo lo engorda.

El diagnóstico no es bueno, viendo la foto de este fin de semana y estos dos acontecimientos que, a pesar de la distancia, tienen relación. Duele ver cómo el miedo y el odio se apoderan del relato, y como sus principales promotores no dejan de ganar adeptos. Pero también cómo hay quien se resiste a normalizarlo. Muchos vecinos se concentraron para impedir el desalojo, y muchos más se movilizan para ayudar a estas personas que quedaron en la calle. No se trata de un acto de caridad, recuerdan algunos, sino de demostrar que este modelo de sociedad, el capitalista, no está pensado para salvar a nadie. Y que hay quien se resiste a dejar caer a su vecino y extiende su mano. Entidades sociales, políticas y sindicales ceden sus instalaciones para acoger a los desahuciados.

Faltan pocas horas para que nos reunamos, quienes podemos, con nuestros seres queridos en el calor del hogar y con la impuesta bondad de la Navidad. Las luces de colores que iluminan las calles y los villancicos que suenan en las tiendas nos envuelven en esa onírica atmosfera anual que nos obliga a reflexionar sobre lo que hemos hecho y vivido este último año. Y nos asalta la duda sobre cómo será el siguiente.

Bajo el puente de la autopista donde resisten algunas de las personas desalojadas en Badalona no llega la música. Ni siquiera hay luces de Navidad cerca, ni la fecha es que importe demasiado. El alcalde que ordenó su desalojo, a las pocas horas, acudió a inaugurar un belén. Anteayer se presentó ante la parroquia donde se iba a acoger a 15 personas que él mismo había ordenado desalojar. No deja pasar la oportunidad para salir en la foto. El conflicto, insisto, es una oportunidad. Incluso en Navidad. Incluso a costa de la miseria y la vulnerabilidad de otros. Mientras él se arropa con los suyos, entre abrazos, regalos y cava, el barro, la lluvia y el frio seguirán ahí afuera, azotando a quienes le han servido esta vez como campaña. 

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