Diego Delgado / CTXT
Los deportes de combate, muy especialmente el boxeo, despiertan una fascinación teórica que sorprende por lo radicalmente alejadas que parecen encontrarse estas disciplinas de, digamos, la producción intelectual. Cuesta asimilar puñetazos con metáforas, pero se ha hecho, con resultados tan brillantes como el ensayo Entre las cuerdas del sociólogo Loïc Wacquant. Quizá sea precisamente el despliegue de violencia lo que provoca interés, o más bien la barrera invisible que le da forma y le pone límites; una barrera que no solo existe, sino que se encuentra en la esencia misma de estos deportes. En el libro de Wacquant se ve con claridad su impronta: un respeto reverencial a ciertas normas –más de las que se puedan imaginar los legos en la materia– que establecen un corpus férreo de principios y obligan a cumplir unos estándares muy altos de deportividad.
Las personas que practican estas disciplinas están poniendo continuamente en riesgo la salud del o la contrincante –además de la propia–, así que saltarse las normas significa mucho más que hacer trampas. Por eso a finales de los noventa, en un gimnasio de Barcelona y durante una de las primeras veladas de vale tudo –una mezcla de todos los formatos deportivos de combate– organizadas en España, el ring se llenó de sillas de plástico que volaban hacia uno de los luchadores mientras el público abucheaba al unísono. El susodicho, de nombre Daniel y de apellido Esteve, esquiva alguna de las sillas, se protege de otras con los brazos y llega a recibir el impacto de al menos una de ellas, a lo que responde con actitud violenta, encarándose con los y las asistentes. La reprimenda que estaba recibiendo no era gratuita: acababa de pisar la cabeza de su rival cuando este se encontraba en el suelo, noqueado, y el árbitro estaba deteniendo el combate. Es difícil imaginar una conducta más antideportiva que esa.
El vídeo que atestigua todo lo relatado es una de las pocas huellas audiovisuales que quedan del paso de Esteve por deportes como el boxeo o las artes marciales mixtas (MMA). Hay otro, ligeramente posterior, en el que se le ve siendo claramente derrotado en el combate establecido como revancha tras aquella victoria por KO acompañada del pisotón que prueba su bajeza. Este segundo vídeo termina con el árbitro declarando nula –empate– la pelea, a pesar de la evidente superioridad del rival de Esteve. “Nos presentamos con la sorpresa de que era en la discoteca donde él era jefe de seguridad (…) Luego me fijo en que el árbitro iba a ser el hermano de uno de sus preparadores (…) Ya estaba decidido el final, vamos, estaba clarísimo”, contó a La Sexta Miguel Estrella, su contrincante en aquella ocasión.
A pesar de su lejanía en el tiempo, detenerse en estos dos momentos es un ejercicio de gran utilidad, puesto que pueden funcionar como hitos fundacionales del Daniel Esteve que conocemos hoy. Primero, porque las prácticas deportivas de combate le permitieron hacerse un nombre en gimnasios de Barcelona, lugares en los que iría reclutando al escuadrón de matones y neonazis cuya violencia lleva capitalizando desde entonces –incluso Desokupa, su mayor éxito, nació como idea en un gimnasio en el que trabajaba de monitor–. Y segundo, porque son una buena síntesis de su filosofía de vida, que parece no haber cambiado un ápice: pisotear con saña a quienes se encuentran indefensos y hacer trampas para asegurar su propio beneficio. Haberlo hecho, además, en una disciplina en la que la deportividad es sagrada, evidencia una sociopatía que no ha hecho más que multiplicarse con el tiempo.
Morosos BCN: sadismo e impunidad
En 2008, con la crisis asfixiando a millones de hogares en España, Esteve vio una oportunidad de oro. Con tantas personas en el suelo, derrotadas, vulnerables, era el momento perfecto para sacar rédito de esa pulsión que le empuja a pisar cabezas. En aquel año fundó Morosos BCN, y la forma de promocionar la empresa en su web da buena cuenta de que los delirios de grandeza llevan décadas acompañándolo; igual que ahora, ya entonces se creía por encima de la legalidad –pisar cabezas, hacer trampas–: “Cobros expeditivos, incluso sin factura y dinero B”, reza la página de Morosos BCN. Básicamente, los servicios ofrecidos eran una actualización violenta del tradicional papel de los cobradores del frac.
Las dinámicas de aquel negocio sentaron las bases de lo que luego sería Desokupa, aunque de forma más torpe, más explícita. Siempre protegido por su manada de rapados agresivos, Esteve empezó a ver el filón que supone actuar como mercenario de los poderosos en momentos de crisis y agitación social, cuando sus prácticas de expolio pueden verse amenazadas. Para no tener que bajar al barro, los CEO del capital tienen sus armas, en este caso unos cuantos filofascistas con problemas de agresividad. Morosos BCN –y, posteriormente, Desokupa– era, literalmente, eso, un arma del capital, excepto por un detalle: dado el contexto de miseria tan generalizada, el propio Esteve, segurata con ínfulas de empresario, se animó a actuar él mismo como explotador de la pobreza, haciendo las veces de acreedor y cobrador simultáneamente en algunos casos.
Esta actividad es, en sí misma, moralmente repugnante, pero la realidad es que los métodos utilizados muestran un sadismo que traspasa todas las líneas imaginables. Gracias a una denuncia se pueden conocer algunos de ellos; a continuación se reproducen los hechos probados en una sentencia emitida al calor de un caso en el que Morosos BCN había prestado 10.000€ a dos particulares, exigiendo un pago de 15.000€ una semana después y, al no recibirlo, elevando la cuantía a 50.000€: “Les hicieron pasar esgrimiéndoles (sic.) un cuchillo de grandes dimensiones, al tiempo que Daniel les decía ‘hoy toca jugar’, para a continuación hacerles bajar al garaje del domicilio, donde se encontraba entrenando con un saco de boxeo una persona de gran corpulencia y tatuada con una esvástica (…) Daniel Esteve les hizo sentarse, abofeteando a ambos mientras les amedrentaba con una daga (…) Pidió a otro de los acusados que le trajera un martillo, llevándole unos alicates con los que hizo el gesto de apretar la rodilla (…) La persona con la esvástica tatuada le dijo a Esteve: ‘Déjamelos a mí, que en dos minutos están pagando’, tras lo cual les hizo bajarse los pantalones, poniéndolos contra la pared, al tiempo que, desnudo, comenzó a masturbarse, momento en que volvió a aparecer Daniel Esteve, manifestando: ‘Si os ha quedado claro el tema, ya os podéis ir. El próximo lunes quiero un pago’”.
La violencia ejercida era tal que los Mossos d’Esquadra decidieron montar un operativo especial para proceder a su detención. Los encargados, del GEI (Grup Especial d’Intervenció), subfusil en mano, sufrieron un intento de atropello y tuvieron que perseguir en coche a Esteve y a uno de sus socios. Les pillaron, pero la explosión de una granada aturdidora causó heridas graves al acompañante.
Sorprende comprobar la impunidad de la que gozaba este grupo de matones ya en aquel momento –la persecución ocurrió a principios de noviembre de 2008–. A pesar de pasar “meses en prisión preventiva” –según el relato del periodista Ignacio Orovio en Equipo de Investigación–, del intento de atropello, de la huida y de la contundencia de los hechos probados al respecto del caso antes descrito, la sentencia, de un año y seis meses de prisión –“extraordinariamente suave”, en palabras del exfiscal y abogado Carlos Aránguez, también en La Sexta–, quedó anulada y Esteve nunca llegó a ingresar.
El chollo inmobiliario de Desokupa
Como buen mercenario, Daniel Esteve aprovechó su libertad para seguir acercándose a personas con mucho dinero. De hecho, llegó a ser contratado en un gimnasio de alto standing situado en un barrio pijo de Barcelona. Y allí, su insistencia tuvo premio: uno de los usuarios, empresario inmobiliario, le transmitió su preocupación por que un edificio de su propiedad había sido okupado. Tras acudir, según él, con “un equipo de los míos”, lograron vaciar el inmueble. “A raíz de finalizar ese problema con éxito, la persona afectada en ese edificio y yo decidimos montar el negocio, como negocio en sí (…) Vimos que había un negocio”, explicó en marzo de 2017 en Cuatro, cuando todavía no había decidido revestirlo todo de un patrioterismo obsceno.
“Montar el negocio”, “negocio en sí”, “había un negocio”. Por mucho que ahora pretenda ocultarlo, Desokupa es, desde su mismísimo origen, un instrumento de la especulación inmobiliaria. No surgió para ayudar a la convivencia en los barrios, proteger a los pequeños propietarios ni nada por el estilo, más bien todo lo contrario: nació para permitir a los especuladores seguir llenándose los bolsillos a costa del derecho de la sociedad española a una vivienda digna.
En aquel reportaje de 2017, el canal Cuatro aborda la cuestión de las desokupaciones con una claridad que hoy sorprende por inusual. El reportero habla de los edificios okupados como “chollo” y “negocio redondo” para las inmobiliarias, además de recoger la opinión del empleado de una empresa de tasación: “Ciertos inversores ya buscan comprar un edificio en el cual tienen posibilidad de negociar con los okupas para sacarlos y, sobre todo, negociar un buen precio de compra con el propietario, que se ve muy limitado por el hecho de tener okupas (…) Es un chollo. Es una fórmula para poder negociar”. Por si quedan dudas del papel de empresas como Desokupa, concluye: “El perfil de inversor que hace esas operaciones [buscar inmuebles okupados] digamos que lo tiene subcontratado [a las empresas de desokupación]”.
La colaboración entre Desokupa y grandes tenedores, fondos buitre y demás carroñeros quedó especialmente probada cuando, durante una negociación para vaciar un inmueble okupado en Sant Antoni de Portmany, Ibiza, Daniel Esteve pagó 2.000€ a las personas desahuciadas y les ofreció, si le abonaban 300€, un contacto que les abriría la puerta de un piso propiedad de un banco, para que lo okupasen. “La persona que te puede llamar no es ningún mangante. Yo entiendo tu desconfianza, pero el tipo te abre el piso de un banco, te da una llave y a un piso de un banco no van a ir. Tú piénsatelo”, se le escucha decir en la grabación de la conversación. Esteve es capaz de fomentar aquello contra lo que dice estar luchando si eso le va a reportar algún rédito. No hay principios, solo interés.
Pisar cabezas y hacer trampas. Hay un tercer elemento, antes mencionado de pasada, que con el transcurrir de los años y el engorde de los beneficios ha ido ganando terreno en la trayectoria de Esteve: “Segurata con ínfulas de empresario”. En realidad, está del todo alineado con los otros dos, siempre con el objetivo de convertirse en rentista de la miseria ajena y amasar dinero. Hoy, el tramposo de los rings, el mercenario de las deudas y el matón de los recados de los estafadores inmobiliarios puede llamarse a sí mismo, además de todo esto, especulador de la vivienda.
Él mejor que nadie sabe hasta qué punto las amenazas y agresiones de su banda de rapados originan enormes beneficios para los grandes propietarios del mercado inmobiliario. Y si hay algo que le guste más que pisar cabezas, es ganar dinero. Así, Daniel Esteve ha ido tejiendo con los años una maraña empresarial que hoy presenta un tamaño notable. Lo ha hecho, claro, con trampas. Cuentas de resultados opacas, mentiras, testaferros y una serie de movimientos sospechosos que ya desgranamos en CTXT.
El negocio del odio fascista
El éxito de Desokupa se ha dado en paralelo al auge de las extremas derechas en el mundo. De pronto, ser un nazi que disfruta violentando a personas en situación de vulnerabilidad ha dejado de ser algo vergonzante. No solo eso, sino que los grandes magnates tecnológicos premian ese tipo de comportamientos en sus plataformas digitales con visibilidad y difusión. Como resultado, el odio en internet se ha convertido en un negocio muy lucrativo.
La entrada de Daniel Esteve en el sector de los monetizadores de odio online empezó, aparentemente, como un movimiento propagandístico. El discurso patriotero que generó alrededor de su empresa de desokupaciones consiguió justificar los comportamientos delictivos en sus intervenciones –y, por el camino, el de otras muchas empresas de neonazis violentos que fueron naciendo al calor de su éxito– y la marca Desokupa alcanzó una difusión inmensa, merced a la complicidad negligente de los medios de comunicación con Ana Rosa Quintana como punta de lanza.
Así se ha llegado al momento actual, en el que su figura ha alcanzado el estatus de referente para demasiadas personas, sobre todo hombres jóvenes. Su éxito en el star system de la desinformación y los discursos de odio es indivisible del auge de las narrativas islamófobas que han hecho resurgir los movimientos neonazis en Occidente. En una relación de retroalimentación muy evidente, Esteve se ha aprovechado de la normalización del racismo mientras participa en su intensificación sin ningún escrúpulo. Por ejemplo, sobre el caso del crimen de Mocejón dijo lo siguiente: “Asesinado, apuñalado, ¿de dónde será? (…) Ya sabemos de quién es culpa esto (…) Dejamos entrar a los que dejamos entrar cada día y se están cargando a nuestros críos. Vamos a hacer auténticas máquinas de… de salvar vidas, vamos a llamarlo. No van a volver a tocar a un puto niño, no vais a tocar a nuestros niños. (…) Anchoa [eufemismo que utiliza para referirse a personas racializadas] que se cruce por nuestro camino, anchoa a la plancha”. El asesino había sido un joven español, pero Esteve no se retracta nunca, porque lo único que le interesa es contagiar a la gente de esa pulsión sádica que le acompaña desde siempre: estigmatizar todavía más a la comunidad racializada, mentir todo lo necesario en el proceso y hacer negocio; o pisar cabezas, hacer trampas y capitalizar todo ello.
Una vez sembrados el miedo y el odio, Esteve amplió los servicios de Desokupa para ofrecer una suerte de cursos de defensa personal absolutamente rebosantes de racismo y violencia: “Os están matando en las calles y nosotros os enseñaremos a defenderos”, pronunció en uno de los vídeos promocionales del llamado Club Desokupa. En agosto de 2024, el Sindicato Unificado de Policía anunció un acuerdo de formación con esta empresa para 30.000 agentes.





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